La gente olvida que cuando se habla de amor se habla de una reacción fisiológico-química inserta en el tejido social que va mucho más allá de la concepción reduccionista del amor como relación sexoafectiva. El apego fraternal, materno, paterno o de amistad también es amor. Porque el amor es social. Aunque aquí me centraré en el lado reduccionista, en el amor como relación sexoafectiva, una carga que ha construido los caminos de la historia de nuestra especie y que se ha convertido en un arma de guerra psicológica en donde se exacerba una debilidad afectiva que aprovechan los demonios más oscuros. El amor, en lo bueno y en lo malo, no es más que una patología social. Podemos renunciar con resignación o arrodillarnos con pleitesía ante él, cada cual es libre de escoger el camino, pero eso no evita el hecho de que marchite como un cáncer.
La sociedad tiene idealizado el amor, no ha abandonado los patrones ficticios que les vendió el mito del amor romántico. Solo los ha maquillado. A la espera de príncipes azules y princesas de colores. Se buscan personas puras, sanas, sin heridas. Y no tóxicas, como si hubiera alguien que nunca haya sido tóxico. La idea de toxicidad se construye desde una posición en la que uno no quiere asumir su propia mierda.
Arraigados en un patriarcado sólido y explícito, con un desesperado y paradójico terror al compromiso. En un mundo donde lo líquido es la norma y el dolor la enseñanza, mantenerse alejados de sentimientos de amor sí que es lo verdaderamente revolucionario. Es muy difícil no caer en esta patología social. Nadie está a salvo de enfermar. Porque distanciarse de ello y mostrar represión o dureza al frente es un mito, ya que se activan procesos irracionales descontrolados. Probablemente sin amor la vida sería más aburrida, pero se evitarían los cauces que conducen al camino del miedo. A la debilidad afectiva. Hay una nueva mitificación del amor, ya no es amor romántico, pero es otra idealización. Subjetivamente el amor puede ser algo bueno, malo o ambas cosas, dependiendo de cada quien, pero objetivamente es un sentimiento que se reproduce y manifiesta de forma irracional y patológica.
El concepto de toxicidad se construye desde una posición en la que uno/a no quiere asumir su propia mierda.
El individualismo exacerbado ha tratado de desligar el sentimiento de amor como fenómeno social. Ahora te dicen que te ames a ti mismo. Porque estamos tan rotos que no nos queda más que apoyarnos en nosotros mismos. Como si fuera el remate de un mal chiste. Que no busques afectividad en otras personas. En familia, amigos u otro tipo de relaciones. Que tus problemas los soluciones tú sola/o. Que solo te quedas tú. Y se quedan tan pichis, haciéndote odiar al resto y encerrándote en una burbuja. No es posible amarse a una misma, porque el amor es social. Será otra cosa, pero no amor. El concepto de ‘amor propio’ no es más que un invento neoliberal en el que ha caído hasta el más ferviente progresista.
Por ello mostrar sentimientos tiende a ser destructivo. Quien siente pierde. Y la acumulación de derrotas tiende a pasar factura en una sociedad joven donde perder es lo único que hemos conocido jamás. Se lleva la derrota en el ADN. En un mundo enfermo como el nuestro, el amor y el apego se convierte en una debilidad ante los peligros que acechan en la oscuridad. Siempre se ha reclamado más amor como arma frente a la barbarie y la sinrazón, pero ¿de qué ha servido? ¿Paz? No hay paz. Ni en el mundo ni en nuestras mentes. Porque siempre habrá monstruos. Y el antídoto no puede ser el amor, ya que la solución no está en suministrar el mismo veneno.
No es posible alcanzar la paz mental, solo ocultar e ignorar los fantasmas.
Estamos batiendo récords históricos. Pero de los malos. La atomización social homicida ha conducido a los mayores índices de depresión de la era moderna. Las condiciones de existencia – trabajo, dinero, vivienda, condiciones materiales, capital social, etc. – se enturbian bajo la ley del sálvese quien pueda. La irresponsabilidad afectiva deja unos traumas que convierte a las personas en cadáveres sociales. Y mientras tanto siguen llegando niñas y niños a un mundo en donde tener hijos no es más que un acto de crueldad.
Podemos matar el amor y el apego, como solución rápida. Represión. Cuanto menos apego menos dolor. Pero eso solo será posible para aquellos y aquellas que estén curtidas en la derrota. El resto ya llegará. Siempre llega. Habría que empezar por no tomarse la vida tan en serio, porque nadie saldrá con vida de ella. El amor puede gustar más o menos pero ello no es incompatible con que sea un hecho social patológico. Evitar la debilidad afectiva – que con amor no es posible de evitar – será un logro revolucionario en un mundo donde gobierna la ley del riesgo y de la incertidumbre. Y la incertidumbre es el dolor de nuestro tiempo. Sé las dificultades de aplicar esta teoría en la práctica, que esto es ir en contra de la creencia popular. Y navegar a contracorriente significa pagar un precio.