Siempre hemos hablado del cambio climático en términos de futuro. El año 2030 ó 2050. Lo que vendrá, lo que deberemos afrontar. Lo que debemos hacer “antes de que sea demasiado tarde”. El abismo al que nos asomamos. Pues nos equivocamos. No nos asomamos a ningún abismo, ya estamos cayendo por él. El colapso climático está aquí. Ya es tarde para muchas cosas. Es irreversible para otras tantas. No hicieron lo suficiente, no hicimos lo suficiente. Siempre se habló de las medidas de mitigación de esta emergencia climática, de cómo frenarlo o revertirlo, y no tanto de la adaptación, de cómo adaptarse al cambio climático y lo que se nos viene encima. Hay fenómenos climáticos extremos causados por el ser humano que ya están aquí. La pregunta que cabe hacerse es si tendremos la valentía suficiente como para llevar a cabo la batería de cambios radicales que requieren la mitigación y adaptación al mayor problema al que se enfrenta la humanidad en toda su historia.
Nos encontrábamos en una furgoneta a toda velocidad hacia un acantilado. Siempre creímos que lo rozábamos, que nos torcíamos hacia su abismo. Que podíamos dar un volantazo valiente, alejándonos de la mayor hostia a la que se enfrenta la especie humana. Pero realmente ya estamos cayendo, como si de la furgoneta de Origen (2010) de Christopher Nolan se tratara. Pero esto no es un sueño. Vemos con preocupación la enorme cantidad – y cada vez más habitual – de fenómenos meteorológicos extremos que pueblan el planeta. Y que solo serán frenados con políticas radicales.
Nos encontramos ya en mitad del colapso climático.
Se ha relacionado erróneamente la radicalidad con el extremismo o la violencia, cuando la palabra radical tiene su origen etimológico en el latín: radicalis, relativo a la “raíz”. Ser radical es ir a la raíz del problema. Afrontar el cambio climático requiere actuar sobre la raíz que lo origina. Aplicar políticas radicales puede salvarnos del mayor desastre humano. Algo que pide incluso Naciones Unidas. No podemos ir con medias tintas o parches a solventar un problema de características globales. No se debe minusvalorar o ridiculizar esta emergencia. Esto no es un asunto de unos grados más o menos, sino de la propia supervivencia de la vida en la Tierra. Nos encontramos ya en mitad del colapso climático, al cual le seguirá el colapso social.
El peor incendio de Estados Unidos, con 80.000 hectáreas calcinadas. 49,5º en Canadá, con casi 500 muertos. Record de altas temperaturas en la Antártida. Incendios sin precedentes en Siberia con millones de hectáreas arrasadas. Inundaciones en Alemania y Bélgica, con más de 200 muertos. Inundaciones en el Sudeste Asiático. Todo esto ha pasado en las últimas semanas. Cabe recordar el temporal de Filomena que cubrió media España de nieve. Sin olvidar otros tantos fenómenos que, lamentablemente, cada vez se hacen más familiares y, por ende, menos notorios en la opinión pública. Se requiere de una revisión urgente de nuestro modelo de vida, y, por consiguiente, de nuestro modelo de producción y consumo. De lo contrario, la vida, tal y como la conocemos, llegará a su fin. Observamos atónitos la extinción de especies, la migración de otras, la propagación de enfermedades – como la COVID-19 –, el aumento de la pobreza y la desigualdad, la muerte de millones de seres humanos y, como no puede ser de otra manera, situarnos al borde de nuestra propia extinción. La casa se nos quema y no estamos haciendo nada.
La lucha contra el cambio climático pasa irremediablemente por la transformación radical del modelo de producción y consumo.
Se necesita voluntad política para la aplicación de políticas radicales y valientes. A título individual claro que todas y todos podemos aportar nuestro granito de arena, tanto en la adopción de medidas ecológicas personales como en el activismo militante. Pero esto será inútil si no corresponsabilizamos a las grandes empresas, si no se aplican medidas valientes a nivel estatal y global. Es necesario e imprescindible que las empresas tomen medidas drásticas en la mitigación del cambio climático, ya que son las principales responsables del problema. Por ello, las instituciones deben exigir – por las buenas o por las malas – la implicación real y profunda de las empresas en esta lucha común. Es necesario poner la vida y la naturaleza en el centro. Priorizar el planeta a la economía. Subordinar la economía a la política. Anteponer la lucha contra el cambio climático y la deforestación sobre cualquier tipo de interés o beneficio económico, privado y/o personal. Para con ello construir un planeta verde, que no necesite de combustibles fósiles, y cuya energía se obtenga a través de energías renovables y limpias.
El mundo de la hiper-información, accesible a todo el mundo y no filtrada conduce a un atontamiento social carente de juicio crítico. Que lleva, entre otros, al negacionismo del cambio climático. El cual es cómplice del problema, como lo es el negacionismo de la violencia machista, del COVID-19 o del Holocausto. Afrontar a los enemigos de la humanidad, a los enemigos de la diversidad y la tolerancia, es un deber moral.
Este artículo, que grita por la emergencia climática que mata todos los días, la emergencia que tenemos encima, será uno más. No soy optimista, creo que vamos demasiado tarde. Y que no tenemos intención de ir a tiempo. No nos alarmamos lo suficiente porque cuando abrimos el grifo sale agua, el día que no lo haga entraremos en pánico. Pero ese día ya será demasiado tarde. Porque, tanto en una emergencia climática como en la vida personal de cualquier persona, no hay nada que hacer cuando todo está perdido.