La Europa democrática y social en la que hoy reaparecen los turbios fantasmas del pasado se construyó sobre cadáveres de nazis. Los derechos emanan del humo de barricadas. Y ante quienes quieren exterminar negros y homosexuales el empleo de la fuerza es un derecho humano.
Los principios de tolerancia e igualdad que hoy defendemos se fundamentan sobre los cazas aliados que hicieron trizas a los nazis. Los Derechos Humanos recogidos en la valiosa declaración de 1948 son gracias a los héroes y heroínas que colgaron a Mussolini. A aquellas que a través de la protesta y de las llamas de barricadas no cesan en la reivindicación de derechos. Ante el avance del fascismo y el nazismo el siglo pasado el uso legítimo de la violencia era el único mecanismo para cesar la marcha de la barbarie. La historia es cíclica y el fascismo regresa y se instaura en posiciones de poder. Si la situación degenerara hacia la reproducción de los terribles sucesos de los años 40, cualquier medida sería necesaria para garantizar la seguridad y la defensa de los principios democráticos e igualitarios y de los Derechos Humanos.
Los Derechos Humanos se consiguieron gracias a los cazas aliados que hicieron trizas a los nazis.
Los Derechos Humanos no se consiguieron a través de vías pacíficas, sino luchando, sufriendo y muriendo. Emanaron de los cráneos nazis aplastados por los soviéticos en Stalingrado y por los estadounidenses en Normandía. Por la gente que mostró resistencia ante la multitud de barbaries que asolaron y asolan el planeta. Y se defienden a día de hoy por esa inmensa cantidad de gente que se juega la vida en defenderlos y extenderlos. Una resistencia que requiere también el uso de métodos coercitivos.
Partir la cara a un nazi que grita insultos racistas y homófobos en el metro está bien. A veces resulta gratamente necesaria la sanción social a través del uso legítimo de la violencia. Es importante recordar que el fascismo y el nazismo, así como sus expresiones machistas, LGTBIfóbicas, racistas y reaccionarias, no son opiniones. Son acciones que no deben ser ni respetadas ni toleradas. Que deben ser perseguidas judicialmente y que merecen la más absoluta sanción social, a veces acompañada de una acción coercitiva que les recuerde que los principios democráticos e igualitarios no son baladí, que se defienden con uñas y dientes.
Cualquier persona que se quiera llamar demócrata debe defender la democracia, la igualdad y la libertad hasta las últimas consecuencias. El uso de la violencia contra aquellos que quieren exterminar judíos, homosexuales, negros, contra aquellos que no dudan en usar esa violencia contra colectivos minoritarios, feministas y activistas de izquierdas es legítimo. La solución al dilema ético es el uso de la violencia preventiva en defensa propia.
Partirle la cara a un nazi está bien.
En Europa, actualmente, la insurrección armada no tiene sentido. Únicamente sería tolerable contra una dictadura. Como ocurrió en los años 30. El derecho de rebelión está recogido en el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Vale la pena reivindicar y recordar el uso de la legítima violencia y la defensa propia a título individual y el uso colectivo y coordinado de la violencia, a nivel grupal o estatal, para garantizar y defender los principios democráticos, igualitarios y los Derechos Humanos frente a la barbarie reaccionaria y posfascista.
El levantamiento del ejército en Portugal con la Revolución de los Claveles de 1974 fue necesario para construir su democracia. Empujar a Hitler al suicidio estuvo bien. Hacer que Mussolini hiciera el pino estuvo bien. Dejar morir a Franco en una cama estuvo mal. Debió de ser colgado boca abajo en la Puerta del Sol. Probablemente ahora tendríamos una democracia más consolidada. No olvidemos que lo que hoy podemos disfrutar fue gracias también a acciones no tan pacíficas. Y no olvidemos tampoco que el progreso no es lineal y que los fantasmas de la reacción están volviendo. Recordad, pegar a un nazi está bien.